Parpadeaba. El cursor parpadeaba cuando se detenía. Una y otra vez, una línea y al revés. Solo se detenía con el tecleo, pero no era suficiente, era una constante, una persecución, una batalla contra el tiempo; pedirle ideas a la cabeza que vinieran como balas de un arma y no se detuvieran por ninguna razón, para agotar al cursor, para dejarlo sin escapatoria y sin más remedio que dejar de parpadear de una vez. Pero era difícil. Era como jugar al gato y al ratón, como jugar al gato y al ratón a pesar de nunca haberlo jugado; era como invitar a alguien por primera vez a tu casa, deseando que se quede y a la vez que se vaya; como abrirse con alguien y… que solo parpadee. Y que solo se quede así, incrédulo, incrédula, incré lo que tu quieras pero parpadeando. Y no se puede así. Las condiciones no son las de un corredor keniano, los días a veces pesan cuando empiezan y siguen pesando cuando se acaban. No se puede así. La condición no es la de tantos, es la de uno. Y sí bueno ganas sí hay ...