Parpadeaba. El cursor parpadeaba cuando se detenía. Una y otra vez, una línea y al revés. Solo se detenía con el tecleo, pero no era suficiente, era una constante, una persecución, una batalla contra el tiempo; pedirle ideas a la cabeza que vinieran como balas de un arma y no se detuvieran por ninguna razón, para agotar al cursor, para dejarlo sin escapatoria y sin más remedio que dejar de parpadear de una vez. Pero era difícil. Era como jugar al gato y al ratón, como jugar al gato y al ratón a pesar de nunca haberlo jugado; era como invitar a alguien por primera vez a tu casa, deseando que se quede y a la vez que se vaya; como abrirse con alguien y… que solo parpadee. Y que solo se quede así, incrédulo, incrédula, incré lo que tu quieras pero parpadeando. Y no se puede así. Las condiciones no son las de un corredor keniano, los días a veces pesan cuando empiezan y siguen pesando cuando se acaban. No se puede así. La condición no es la de tantos, es la de uno. Y sí bueno ganas sí hay pero lo que no hay es tregua, no hay paz en esta guerra, no hay victoria real pero la hay mientras se piense que se puede ganar, como la vida. Ahora todo es una metáfora de la vida. Trapear con mucha agua puede ser una metáfora de la vida, trapear con el trapeador bien exprimido bien puede ser otra, y no trapear en absoluto es la absoluta metáfora de la vida.
Uno pensará que se escribe nada más para publicar, para decir algo, para no quedarse callado, para ver si por ahí hay alguien en algún lugar que ponga atención a lo que uno dice a pesar de que el que dice nunca se tome la molestia de escuchar al que lee, pero así las cosas, unos tienen que hablar y otros que callar, o así nos han dicho. Así nos dijeron comenzando la sesión, nos pasaron unos folletos en la entrada que tenían, además de una muy mala selección de tipografía, unos consejos genéricos de vida y unas indicaciones para la sesión, y una era esa: unos hablan otros callan, como la vida (otra metáfora de la vida). Pero no se debe creer que se escribe para llenar la página, se escribe para decir lo que se quiere decir, aunque con toda certeza el que escribe no lo sabe, y no el que escribe hoy (hoy que se lee), sino todo aquel que escribe; o a lo mejor aquellos que escriben mucho saben mucho de cómo se escribe y ellos sí saben para qué. Pero se tiene la sospecha de que no, de que nadie sabe nada.
Aquí se saben unas cuantas cosas. Se sabe de lo que nadie sabe, que es la corrupción, se sabe del gobierno, se sabe lo que es mejor callar si se ve, se sabe lo que no hay que saber.
Pero lo que sí hay que saber es que uno no acaba hasta que el cursor deje de parpadear. Y no ha dejado. Uno creerá que ya dejó, pero es que el que lee no entiende, no puede verlo, pensará que es otro recurso de tantos para llenar páginas. Pero no, no es eso. Es que no deja de parpadear. Y es como respirar. No, no es una metáfora de la vida. Es como respirar porque cuando uno no se da cuenta ah qué bien se respira. Pero nada más se pone a pensar uno en respirar y caray qué trabajoso se vuelve. Qué incómodo, qué ajeno parece eso tan simple que es llevar aire a los pulmones, como si fuera la primera vez que lo hacemos; uno se siente hasta extraño en casa propia, uno siente que esos muebles son nuevos cuando están ahí de toda la vida (eso quizá era una metáfora del cuerpo. De la vida).
Una tregua del cursor. Una tregua de mí para él, una de él para mí.
Aunque él no lo admita.
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"El título suena al de Mario Benedetti" sí, sí me di cuenta al final, gracias.
Si no leíste la entrada pasada, aquí está. (Igual estaba a dos clics pero aquí está más cerca todavía):
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