Que nos dejen en paz. Que dejen de pensar que lo saben todo sobre nosotros, solo porque desde hace años se hacen preguntas y ellos mismos las contestan. Que dejen de pensar que somos uno mismo, o dos, o a lo mucho unos cuantos. Que se den cuenta que no; que somos más de los que pueden contar. Que dejen de intentar contarnos porque se les va a cansar la vista y no van a acabar.
Que nos pregunten quiénes somos, qué queremos, a qué vinimos. Que nos pregunten si les interesa. Porque creen que lo saben, que lo saben todo, que somos así, que pensamos así, que actuamos así. ¿Quién les da el derecho a hablar por nosotros? Tenemos voz. Que nos pregunten. Que nos pregunten todos si lo quieren saber. Usan sus preguntas con trampa y sus técnicas para contar y al final no nos cuentan nada que no sepamos, solo mentiras, y por eso nos sorprenden.
No hablen por nosotros. Tú tampoco. No existe la voz de la juventud. Existe la mía. La de mis amigos ya es diferente a la mía. La de mi carrera mucho más. Si hablamos de la de mi escuela ya no tenemos gran similitud. Qué saben entonces, qué sabes tú. Qué saben todos si no han preguntado. Dan por hecho un montón de cosas, cómo somos, qué queremos, a dónde vamos. Y lo peor, ¿sabes qué es lo peor? Que les creemos. Que a veces les creemos. Que en vez de descubrirnos nos dejamos describir. Y son mentiras.
Estamos sumergidos, empapados, casi ahogados en mediocridad. Al menos en este país. Pero entonces yo también estoy hablando por los demás. Déjame continuar, solo es lo que veo. Hay gente que tiene miedo de perder lo que tiene. Hay gente que no tiene nada y tampoco tiene miedo de conseguirlo a cualquier forma. Pero es solo lo que veo. No es así en realidad. Somos un país enorme. Gigantesco. Caben millones y millones de todo. De matices, de formas, de ideas. Pero estamos enfermos. Todos estamos enfermos. No solo aquí, en todas partes. Estamos dormidos. Si no me crees sal y mira a tu alrededor. Hay tanta gente haciendo cosas que nunca se imaginó haciendo. Quizá nunca se imaginó haciendo mucho. Quizá cree que no tiene de otra. Quizá tuvo un hijo pronto y cayó en la trampa de “sacarlo adelante”. Mira al guardia, al que despacha en la tienda, al que vende desde el amanecer hasta el alba; mira a los que todavía llevan corbata, andan en coche, van y vienen sin parar. Míralos a todos. ¿No están dormidos? Tú, ¿no estás dormido? O a qué crees que vinimos. A hacer lo mismo una y otra vez, sin parar. No lo sé. No puedo hablar por ti. Por ustedes, por nadie. Uno encuentra consuelo en todo. Uno se acostumbra. Cada cosa que dejas atrás no vuelve. Los años, las ganas, el tiempo, la soledad. No vuelven. Y uno acepta cosas, que son como gotas sobre una roca, y que con el tiempo la transforman.
Así que, que nos dejen en paz. Tenemos suficiente con lo que somos, o con lo que no somos, o con lo que no sabemos si somos. Que nos dejen hacer, seguir nuestra intuición, mi intuición, tu intuición. Que nos dejen de preguntar cosas para saber de nosotros. Que sepan de ellos mismos. Que se pregunten cosas. Que franqueen la distancia entre lo que terminaron siendo y lo que querían ser. No se puede regresar el tiempo, pero se puede andar en otra dirección. Que nos dejen en paz.
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Foto de Myles Tan (Unsplash) |
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