Casi a oscuras y abandonandose a desconocidas posibilidades, puede verse parte de un rostro, expectante y cegado; fruto de una caricia, que se ha extendido a la par de versos y ritmos, que ha franqueado barreras de piel y tela. A merced, sin defensa, con las manos inquietas y los labios ansiosos, sin ornamentos ni prendas, la piel se eriza con el contacto, inocente al principio, predecible, ritualístico, casi tierno, que se va haciendo más frágil conforme se aleja de la respiración y se acerca al pecho; esa distancia no provoca más que ansiedad, los movimientos lo delatan. La otra boca explora, busca sin desesperación la salida a laberintos sin paredes que ella se inventa; se empeña en hallar minas que explotar en breve, yacimientos con riquezas imposibles de calcular, trata de ocultarle sus intenciones a la luz que entra por el resquicio. Pese a todo, los labios propios y extraños se buscan constantemente: no por necesidad, sino para mantenerse con vida, y sentirse aún en la misma habitación, gobernados por reglas que a luz del día causarían escándalo entre malas lenguas; mientras tanto, ahí dentro crepita quedamente una llama, que, persistente, empieza a quemar por lo bajo. La noche sigue un curso tácito, jamás mencionado, pero dado por entendido, el cauce de un río que comienza con risas, hasta que son sustituidas con besos, y que desembocan en cascadas que, estrepitosas, llenan de espesura los valles. Con el revés del cuerpo, las curvas de la espalda se anuncian con más peligro, causando que baje la velocidad para evitar accidentes, pero sin impedir el tránsito de un par de labios que descienden con vértigo, buscando los vértices de esta figura, un cuerpo que exhala calor y no puede saciar sus ansias, pues no encuentra el desahogo de los labios que le torturan. La noche termina de nublarse y la lluvia cae sin que nadie lo note. Sin que pueda hacer más que sentirlo, su cuerpo queda otra vez a merced de malas intenciones, aumentando la tensión hasta casi llegar a romperse; ignora por qué se deja convencer por órdenes que no requieren palabras, pero ceder a esto le lleva hasta el mar, que hoy está un momento en calma y al siguiente en tempestad. El calor es casi insoportable, pero, atenta a su papel, la lluvia comienza a caer intensamente, empapando todo y más allá de lo que debería. A fin de cuentas, todo termina por secarse con el tiempo, pero de este no hay mucho y no se debe desperdiciar. La lluvia amenaza con volverse diluvio; hace cerrar las ventanas y dejar aún más a oscuras la escena, que a partir de aquí es imposible de narrar.
Toda el día pensando en esa palabra, y para colmo es un palabra que no existe. Orsái. La inventó Hernán Casciari, un escritor argentino tremendo que además tiene los mejores cuentos leídos de la vida en Spotify. Orsái. Lo que se dice en el fútbol cuando un jugador está más adelante del último defensa… espera, no es todo de fútbol, solo lo estoy explicando. Bueno, cuando un jugador está fuera de lugar, o en offside. Orsái. Ojalá fuera así de fácil inventar palabras nuevas. Ojalá no hubiera tanto papeleo para hacerlo, ojalá no se tuviera que repetir una y otra vez una palabra para que la gente la empiece a usar y para que la Real Academia la termine de aprobar. Parece que solo cuando las cosas vienen de órdenes de arriba son válidas. Cuántas veces uno no se pregunta si tal o tal está bien dicho. Qué importa si está bien dicho, lo que importa es que se dice algo. Cuánta burocracia para las cosas. Orsái. Porque fuera de lugar no puedes jugar. Fuera de lugar ves las cosas diferente. Veo...

Wow.
ResponderBorrar¿Te lo imaginaste?
BorrarMejoras muy obvias, sofisticado, misterioso, detallado... la perfecta combinación. A mi perspectiva, el mejor hasta el momento. Excelente final. Todo en conjunto, un poco poético.
Borrar